lunes, 29 de octubre de 2007

Diseccionando la lengua española

Ariel-NM [blackhat4all@gmail.com]

Imagínense por un momento que llegue esto a la dirección de correos de BlackHat:

“Mi muy estimado Señor Alien:

Quiera Dios que al recibo de ésta os encontréis (usted y la cofradía de copartícipes que suelen acompañarlo en tan noble empeño) en el disfrute de óptima salud y plenitud de espíritu. Le remito esta escueta misiva para humildemente requerir de usted el esclarecimiento de cómo he de proceder para recabar información de la Red de Redes por intermedio del servicio de mensajería electrónica ordinaria.”

Algunos podrían preguntarse en cuál esquina de la Plaza de Armas ese señor parqueó la Máquina del Tiempo.

Es obvio que el lenguaje, esto es, el modo en que empleamos el idioma para expresarnos en un momento dado, ha de adecuarse a lo que exigen las circunstancias. Lo mismo ocurre con la vestimenta: a nadie con las neuronas en su sitio se le ocurriría presentarse a un entierro en short, chancletas y sin camisa, del mismo modo que nadie va a un campismo vestido de frac.

Y no es un asunto de etiqueta –puesto que la etiqueta va y viene según la época– sino de darnos a entender y de mostrar quiénes somos y qué pensamos. Aquel que se presente en ropa de playa a un entierro está demostrando claramente que no siente respeto en lo absoluto por el fallecido ni por los dolientes, y lo menos que merece es una respuesta en plena correspondencia con su mensaje: que lo saquen a patadas del cementerio. ¡Y que no se queje!

Puede que a alguien le resulte muy gracioso dirigirse a Eusebio Leal con el apelativo de “puro” o “mi tío”. Pero teniendo en cuenta el cuidado que Eusebio pone en su lenguaje para brindarnos, sin culteranismos de ninguna índole, un torrente de información empacado en las más pulimentadas locuciones, semejante tratamiento solo daría a entender el más absoluto desprecio hacia quien dedica su preciado tiempo a hacernos más conocedores, más lúcidos y más inteligentes. Y también merece que lo saquen a patadas de la sala de conferencias. ¡Y que no se queje!

Quien esto escribe, conste, en la más plena intimidad con sus amigos, se siente muy libre de emplear modismos como “asere”, “bróder”, “chama”… El español es muy rico, tan diverso como la más surtida caja de herramientas; y al igual que las herramientas, cada forma del lenguaje tiene usos muy específicos. Saber elegir el modo de expresarnos –más culto o más coloquial, según las circunstancias– es la garantía de poder transmitir con certeza lo que se piensa.

Sin embargo, a pesar de que muchos, con mayor o menor grado de conciencia sobre el asunto, conocen y concuerdan con lo expresado hasta aquí, basta con abrir el hilo de un foro o recibir un email para encontrarse las más aberrantes burradas del idioma.

Algunos tratan de explicar este fenómeno (que no solo se observa en Cuba, ni solo en nuestro idioma) a la profusión de ese medio de comunicación que desde hace tiempo se le conoce por su nombre en inglés: el chat.

La rapidez con que se establecen las comunicaciones en esa aldea global en que se ha convertido el planeta, y la agitación en que vive la mayoría de sus habitantes, hacen que el lenguaje se adecue en aras de la brevedad. Antes, en los tiempos de los telegramas, la gente escribía frases cortas, elípticas, omitiendo preposiciones y conjunciones, tal como hacemos actualmente para echar a andar una búsqueda en Google. Hoy, es la dinámica del chat quien obliga a la mutilación de las frases.

Chat significa literalmente chachareo y, obviamente, nadie podría chacharear por escrito a menos que introduzca abreviaturas, siglas, acrónimos y cuanto recurso de síntesis se tenga a mano a fin de escribir con premura sin ser mecanógrafo, incluyendo la omisión de tildes, truncado de palabras, el uso de smilings (emoticones) y muchos otros que permitan embalar el contenido en pocos caracteres.

Si bien es cierto que la agilidad del chat impone la cultura de la concisión y la poda de las palabras, vale preguntarse: ¿qué necesidad hay de escribir en ese chato galimatías cuando se trata de una comunicación por email o una opinión en un foro, que no requieren de la prisa de una conversación en vivo? ¿Qué me obliga a recibir en mi buzón o leer en la web idioteces idiomáticas como: “oe loko dime k tu save de 3d”, “ay k aorrar tecla k no ay time” o “tirame un col por aki o por el fon”?

Más preocupante aún que el recorte en la grafía y la pésima ortografía que lo acompaña, es lo soez del contenido. Y lo peor del caso es que hay cientos de jóvenes que no solo escriben así: ¡hablan también así!

¿Otorga esa jerga algún prestigio? ¿Demuestra conocimientos sobre alguna lengua oculta, algún código secreto? ¿Hace lucir más hombre (ya que generalmente son los jóvenes y no las jóvenes quienes así escriben)?

Quizás los que –a sabiendas, porque instrucción no les falta– pisotean de tal modo el idioma no se percatan de que, detrás de una burrada, lo más natural es encontrar un burro. Y como no soy Mowgly ni Tarzán para andar por ahí conversando con animales, sencillamente, no respondo a quien me escriba a golpe de rebuznos.

Y que no se queje…



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